DÍA DE LAS ESCRITORAS

 



La Biblioteca Nacional de España, en colaboración con la Federación Española de Mujeres Directivas, Ejecutivas, Profesionales y Empresarias (FEDEPE) y con la Asociación Clásicas y Modernas, celebran la VII edición del Día de las Escritoras para reivindicar la labor y el legado de las mujeres que han escrito a lo largo de la historia.

Como en ediciones anteriores la fecha elegida es el lunes más cercano a la festividad de Teresa de Jesús (1515-1582), que se conmemora el 15 de octubre, por ello en el año 2022 se celebrará el día 17 de octubre.

“Un año más – avanza Ana Santos Aramburo, directora de la BNE – recuperamos la palabra de mujeres escritoras que en sus textos reflejan sentimientos, búsquedas y luchas. Mujeres valientes cuya obra, en muchas ocasiones, ha sido ignorada. Rescatar hoy su voz es un acto de justicia y reconocimiento hacia todas ellas”. El lema de este año, destaca, “es un homenaje al papel fundamental que han cumplido en situaciones de conflicto bélico y ayuda a reflexionar y contemplar con otros ojos una situación de sufrimiento, pero también de generosidad y compromiso”.

“En estas siete ediciones hemos tenido oportunidad no solo de descubrir y disfrutar de la literatura de tantas mujeres escritoras olvidadas, sino de tender puentes entre mujeres de distintos ámbitos. Hemos conectado el mundo de la empresa con la novela, la poesía, el ensayo… Lo que importa es escuchar lo que tienen que decir las mujeres desde todos los ámbitos, y darle valor”, apunta Ana Bujaldón, presidenta de FEDEPE.

Fátima Anllo, presidenta de Clásicas y Modernas, ha destacado que estas siete ediciones “han proporcionado intensidad y volumen a la voz de mujeres que circulaban de forma dispersa, cuando no subterránea. La concentración en el tiempo, con el encuentro central en la BNE y la colaboración cada vez mayor de todo tipo instituciones culturales en innumerables poblaciones, convierte el Día de las Escritoras en cauce que recoge y proyecta a la sociedad la escritura de mujeres de todo tiempo y lugar».

La séptima edición cuenta con el comisariado de la escritora Carmen Domingo, y el tema elegido es “Antes, durante y después de las guerras”. Entre otras actividades, se leerán e interpretarán textos de mujeres determinantes para entender nuestra historia contemporánea. Los más de veinte textos seleccionados por la comisaria abarcan la mayoría de los conflictos bélicos ocurridos a los dos lados del Atlántico en los siglos XIX y XX y las repercusiones de esos conflictos.

Gracias a sus testimonios podremos disfrutar de la escucha de textos de dramaturgas, novelistas, periodistas, lideresas medioambientales, profesoras… Autoras tan indispensables como Elena Fortún, Montserrat Roig o Almudena Grandes, pero también tan necesarias como Aida Cartagena Portalatín, Nellie Campobello, Alaíde Foppa o María Elena Walsh.

La BNE ha invitado a unirse a esta iniciativa a todas las bibliotecas del Consejo de Cooperación Bibliotecaria, a la red de centros culturales de la AECID, a la red de bibliotecas del Ayuntamiento y de la Comunidad de Madrid, así como a la red de bibliotecas de Cataluña y a las bibliotecas que forman parte de ABINIA (Asociación de Bibliotecas Nacionales Iberoamericanas); así como a todas aquellas instituciones que deseen sumarse a la celebración.

Os adjunto alguno de los textos más representativos para que tengamos donde elegir y me atrevo a añadir un fragmento de la obra "La ciudad de las damas" de Christine de Pizan, que es un alegato más de la necesidad de escuchar a las mujeres escritoras, porque lo que dicen es tan valioso como lo que dicen los hombres, pues ambos son representantes de la sociedad que se ha ido gestando desde el inicio de los tiempos. 

Concepción Arenal (Autora del Realismo literario)


«¡El derecho de la guerra! Hay una cosa que se llama así; asunto sobre el cual se escriben libros, se discuten tesis y se celebran congresos internacionales. ¿Cómo pueden armonizarse dos elementos que se repelen constantemente, sin que en ninguna circunstancia tengan afinidad de ningún género?  El derecho es la mesura, la circunspección, la dignidad, la lealtad, la justicia; la guerra es la temeridad, la violencia, la injusticia y la traición. Y si no se dice la dulzura de lo amargo, la blancura de lo negro, la luz de la obscuridad, ¿cómo se habla del derecho de la guerra, cuando no se usa en el sentido del que tiene la defensa legítima en caso de ataque injusto, sino de las leyes a que deben sujetarse los combatientes que se conforman con los preceptos de justicia y las reglas del honor? (…) La guerra es un monstruo feroz con miles de arpones, miles de dientes y miles de garras; una maligna, prodigiosa bestia que cruza los aires, marcha sobre las aguas y penetra en las entrañas de la tierra, lanzando la destrucción y la muerte por su boca pestilente y sus ojos de fuego.


Los primeros hombres, fascinados por su poder, aterrados por su crueldad, temblaron y adoraron a la furia y la levantaron altares. Ni protesta contra su autoridad ni límite a su poder. Hacía cadáveres, esclavos, siervos, castas, clases; pasaba por las naciones y quedaban aniquiladas; tocaba los imperios y se desplomaban.


Transcurrieron siglos y la razón empezó a combatir el absurdo, la conciencia a rebelarse contra la injusticia, la compasión a protestar contra la crueldad; porque, crueldad, absurdo e injusticia son los elementos constitutivos de la guerra.»


Concepción Arenal, Cuadros de la guerra carlista (1880)


Emilia Pardo Bazán (Autora introductora del Naturalismo español)


«Me he propuesto huir como del fuego de la política. Me lo prescribe la más elemental prudencia. Me lo impone, además, el hecho tan notorio de que la mujer carezca de derechos políticos. Dada esta situación de la mujer, lo que haga en política tendrá que ser siempre un vuelo de gallina, un intento frustrado. El hombre (y hablo absolutamente en general, sin referirme en especial a nadie) no vacila en servirse de la mujer para fines políticos, y la embarca como ahora suele decirse, en protestas, en manifestaciones, en algunos actos colectivos que generalmente tienden a determinados fines, íntimamente relacionados con la política. Los partidos graves, conservadores, tienen sus damas blancas; los radicales, sus damas rojas. Lo que no tiene partido alguno, que yo sepa, en su programa, es un artículo por el cual se pida y se conceda, llegado el momento, los derechos políticos a la mujer. Y mientras un partido no abrace esta causa, no me inscribiré en sus filas. Sería peor delito: sería una simplicidad, el afiliarse sin esperanza ni objeto. La simplicidad fuera todavía mayor partiendo de una mujer que ha conseguido hacerse oír algo por el público. ¿Ni aun las que están en este caso pueden gozar de la plenitud de la soberanía? Pues que se abstengan de buscar pan a trastrigo, y que vean claro en el juego del hombre, que es utilizar la influencia femenina cuando le conviene, sin otorgar a las mujeres otro puesto que el de comparsas…»


Crónicas de España, La Nación (1915)


Carmen de Burgos (1867-1932) (Autora perteneciente a la Edad de Plata de la literatura española y considerada la primera corresponsal de guerra)


«El comedor del Hotel Victoria presentaba un aspecto animadísimo. Una multitud de militares, con trajes de rayadillo, iban de un lado para otro formando pintorescos grupos, en los que jefes y oficiales se confundían con voluntarios aristócratas; de modo que no era raro ver la banda roja de un general entre los sencillos uniformes de elegantes soldados.


Se hablaba en voz alta mezclándose todas las conversaciones; se discutían con calor las más contradictorias noticias, sin lograr ponerse de acuerdo acerca de las versiones de hechos ocurridos allí mismo. En la larga mesa, que ocupaba un ala del comedor, disputaban acaloradamente periodistas, fotógrafos y representantes de agencias telegráficas acerca del resultado de la campaña. De todos los ámbitos de la estancia salían palabras en idiomas extranjeros; había allí súbditos de todas las naciones; corresponsales de los periódicos más importantes de Europa y América; curiosos y desocupados, que acudían a Melilla con el ansia de contemplar el espectáculo de una de las pocas guerras donde se cuentan la tradición salvaje del odio de razas, y gran número de turistas, caprichosos, ávidos de emociones, algunos de los cuales matizaban el conjunto con una extraña nota cómica. (…) Con su equipo de campaña, sus empolvados trajes de rayadillo y el fusil en la mano, los soldados tenían algo de augusto, de imponente, como si les rodeara la aureola misteriosa de un destino cercano. (…) Se esperaba siempre con impaciencia al cartero, los soldados salían al camino para verlos venir, y una vez que habían entregado las cartas de la oficialidad les rodeaban asediándoles a preguntas. Todos esperaban oír sus nombres cuando empezaba el reparto. Cualquier carta que distraía un momento de tedio era recibida con placer. Los que verían defraudadas sus esperanzar no podían dominar su contrariedad y la zozobra venía a unirse a los tormentos de su ausencia. Las preguntas formuladas en voz baja habían de quedar sin respuesta: ¿Qué sucederá? ¿por qué no me han escrito? Algunos no se resignaban. Creían en la carta perdida, en la dirección mal puesta y rogaban que se las buscasen.


Los dichosos se reunían en grupos, leían las cartas en voz alta, las pasaban de mano en mano; en su vida monótona era una distracción, el cambiar impresiones, el comentarlas. ¡Y, sin embargo, todas aquellas cartas decían lo mismo! Bastaría cambiar el nombre para que pudieran servir a todos. Las palabras varían poco cuando el sentir común de las madres y las manadas las animan. Enseguida empezaban a pensar en contestar; los oficiales lo recomendaban y lo aconsejaba el egoísmo de recibir pronto otra misiva.  No todos sabían escribir, algunos lo hacían con tanto trabajo que gastaban varios días en su empresa, aprovechando las horas de descanso. Los cabos y los compañeros que sabían bien la letra sufrían la persecución de los analfabetos. Aquellas cartas decían también todas lo mismo. Hablaba solo la pasión. Sería inútil buscar noticias de la guerra. Ellos no sabían nada de los planes de los jefes ni de las circunstancias de la campaña. Su papel se reducía a esperar órdenes, a obedecer puntualmente la severa ordenanza; saber batirse hasta morir o vencer. Lo demás no era de su competencia.


Así es que sus cartas eran siempre el fiel reflejo de su incertidumbre. Si hablaban de algún combate era solo refiriéndolo a su interés personal. Alguna vez aparecía en las líneas un rayo de amor a los jefes o un sentimiento de deseo de venganza contra los marroquíes que les habían hecho experimentar la amargura de una derrota. Se encendía en sus pechos el amor a la patria y narraban sus anhelos de victoria, juntos con el relato de las privaciones de campaña.»


En la guerra (Episodios de Melilla) (1909)


María de la O Lejárraga (1874-1974) (Autora perteneciente a la Edad de Plata de la literatura española)


«Señoras y paisanas mías: ¿Saben ustedes que antes de estallar en Europa la inaudita catástrofe de la guerra actual, que no deja lugar a los que piensan más que para pensar en el horror de la matanza y destrucción diarias, eran ustedes, las mujeres, uno de los problemas más apasionantes del mundo moderno? (…)»


Cartas a las mujeres de España (1916)

María Teresa León (1903-1988) 


«El fin de nuestra guerra fue tan espantoso como esas tragedias colectivas que luego ocupan su lugar en la escena. Pensad en los miles y miles de seres que se acercaron en Alicante hasta la orilla del mar convencidos de que no iban a ser abandonados por los países democráticos, convencidos de que llegarían a los barcos que no llegaron nunca. Pensar en los suicidios de la desesperación. En la agonía de los que se tiraban al agua para alcanzar la lancha del barco inglés que llegó con la orden de no recoger estrictamente nada más que a los miembros de la Junta de Defensa de Madrid. ¿Y los otros? (…)»

Memoria de la melancolía (1970)

Carmen Martín Gaite (1925-2000)


«Al concluir la guerra civil española, yo tenía trece años; y toda la década siguiente —durante la cual pasé de niña a mujer, empecé a «alternar» con personas del sexo contrario y terminé mi carrera de Letras en Salamanca— estuvo marcada por una condena del despilfarro. La propaganda oficial, encargada de hacer acatar las normas de conducta que al Gobierno y a la Iglesia le parecían convenientes para sacar adelante aquel período de convalecencia, insistía en los peligros de entregarse a cualquier exceso o derroche. Y desde los púlpitos, la prensa, la radio y las aulas de la Sección Femenina se predicaba la moderación. Los tres años de guerra habían abierto una sima entre la etapa de la República, pródiga en novedades, reivindicaciones y fermentos de todo tipo, y los umbrales de este túnel de duración imprevisible por el que la gente empezaba a adentrarse, alertada por múltiples cautelas. (…)»


Usos amorosos de la posguerra española (1987)

Luisa Carnés (1905-1964)


«Cuando se llega hoy al comedor colectivo, echa una de menos a muchos compañeros. A medida que las fuerzas invasoras se aproximan a Barcelona, las fábricas y los sindicatos van quedando vacíos. Los obreros y los dirigentes políticos y sindicales cambian los instrumentos de trabajo y los puestos de dirección por el fusil. Millares de mujeres son incorporadas al trabajo por el Gobierno Negrín.(…)»

Almudena Grandes (1960-2021)


(…) «Ingresé en la cárcel de Ventas como una más, otra presa anónima entre miles de reclusas de la misma condición, abandonadas a su suerte en unas condiciones más duras que la intemperie. Lo que comíamos no era comida, lo que bebíamos, apenas nada. Tampoco había agua para lavarse, y la menstruación era una tragedia mensual que poco a poco, eso sí, fue remediando la desnutrición. Pasábamos tanta hambre que, antes o después, las más jóvenes acabábamos perdiendo la regla.» (…)


Inés y la alegría (2010)

Christine de Pizan (1364-1430)


Pensé que multiplicaría esta obra difundiendo copias en el mundo entero, cueste lo que cueste, ofreciéndola a reinas, princesas y nobles damas, para que, gracias al esfuerzo de esas honorables damas tan dignas de elogio, circulara mejor entre las mujeres de toda condición. Ya he iniciado el proceso para que este libro, pese a estar escrito en lengua francesa, sea examinado, leído y publicado en todos los países.


Aquí empieza el libro de La Ciudad de las Damas, cuyo primer capítulo cuenta cómo surgió este libro y con qué propósito

Sentada un día en mi cuarto de estudio[1], rodeada toda mi persona de los libros más dispares, según tengo costumbre, ya que el estudio de las artes liberales es un hábito que rige mi vida, me encontraba con la mente algo cansada, después de haber reflexionado sobre las ideas de varios autores. Levanté la mirada del texto y decidí abandonar los libros difíciles para entretenerme con la lectura de algún poeta. Estando en esa disposición de ánimo, cayó en mis manos cierto extraño opúsculo, que no era mío sino que alguien me lo había prestado. Lo abrí entonces y vi que tenía como título Libro de las Lamentaciones de Mateolo[2]. Me hizo sonreír, porque, pese a no haberlo leído, sabía que ese libro tenía fama de discutir sobre el respeto hacia las mujeres. Pensé que ojear sus páginas podría divertirme un poco, pero no había avanzado mucho en su lectura, cuando mi buena madre me llamó a la mesa, porque había llegado la hora de la cena. Abandoné al instante la lectura con el propósito de aplazarla hasta el día siguiente. Cuando volví a mi estudio por la mañana, como acostumbro, me acordé de que tenía que leer el libro de Mateolo. Me adentré algo en el texto pero, como me pareció que el tema resultaba poco grato para quien no se complace en la falsedad y no contribuía para nada al cultivo de las cualidades morales, a la vista también de las groserías de estilo y argumentación, después de echar un vistazo por aquí y por allá, me fui a leer el final y lo dejé para volver a un tipo de estudio más serio y provechoso. Pese a que este libro no haga autoridad en absoluto, su lectura me dejó, sin embargo, perturbada y sumida en una profunda perplejidad. Me preguntaba cuáles podrían ser las razones que llevan a tantos hombres, clérigos y laicos, a vituperar a las mujeres, criticándolas bien de palabra bien en escritos y tratados. No es que sea cosa de un hombre o dos, ni siquiera se trata de ese Mateolo, que nunca gozará de consideración porque su opúsculo no va más allá de la mofa, sino que no hay texto que esté exento de misoginia. Al contrario, filósofos, poetas, moralistas, todos —y la lista sería demasiado larga— parecen hablar con la misma voz para llegar a la conclusión de que la mujer, mala por esencia y naturaleza, siempre se inclina hacia el vicio. Volviendo sobre todas esas cosas en mi mente, yo, que he nacido mujer, me puse a examinar mi carácter y mi conducta y también la de otras muchas mujeres que he tenido ocasión de frecuentar, tanto princesas y grandes damas como mujeres de mediana y modesta condición, que tuvieron a bien confiarme sus pensamientos más íntimos. Me propuse decidir, en conciencia, si el testimonio reunido por tantos varones ilustres podría estar equivocado. Pero, por más que intentaba volver sobre ello, apurando las ideas como quien va mondando una fruta, no podía entender ni admitir como bien fundado el juicio de los hombres sobre la naturaleza y conducta de las mujeres.

Al mismo tiempo, sin embargo, yo me empeñaba en acusarlas porque pensaba que sería muy improbable que tantos hombres preclaros, tantos doctores de tan hondo entendimiento y universal clarividencia —me parece que todos habrán tenido que disfrutar de tales facultades— hayan podido discurrir de modo tan tajante y en tantas obras que me era casi imposible encontrar un texto moralizante, cualquiera que fuera el autor, sin toparme antes de llegar al final con algún párrafo o capítulo que acusara o despreciara a las mujeres. Este solo argumento bastaba para llevarme a la conclusión de que todo aquello tenía que ser verdad, si bien mi mente, en su ingenuidad e ignorancia, no podía llegar a reconocer esos grandes defectos que yo misma compartía sin lugar a dudas con las demás mujeres. Así, había llegado a fiarme más del juicio ajeno que de lo que sentía y sabía en mi ser de mujer. 


Espero que con todos textos le demos la presencia que se merecen a estas grandes escritoras de distintas épocas a las que todavía hoy seguimos recurriendo para entender mejor nuestro pasado y nuestro presente. 




Comentarios

Entradas populares