MITO DE APOLO Y DAFNE Y EL TRATAMIENTO DE LA MUJER EN EL RENACIMIENTO

 


Cada vez que en 1º Bachillerato y en cualquier curso de la ESO se estudia el Renacimiento o hay un forma de adentrarse en los mitos griegos, disfruto mucho comenzando con el Mito de Apolo y Dafne, que también podemos conocer a través de las Metamorfosis de Ovidio, escritor nacido en Sulmona, una villa de territorio pelignio, en el centro de Italia, el 20 de marzo del año 43 a.C. Todavía niño marchó a Roma para iniciar su formación escolar y con vistas a dedicarse a la carrera política. Fueron sus maestros los famosos retóricos A. Fusco y Porcio Latrón. Las Controversias de Séneca el Retórico nos han conservado algún ejercicio escolar del joven Ovidio y, al mismo tiempo, nos dan cuenta de sus preferencias por el género de las Suasorias, de tema mítico o histórico, y de su despego por las Controversias que tratan de cuestiones judiciarias. 

Como era habitual en un joven romano de familia acomodada y con ambiciones, la última etapa de su formación la completó en Grecia, para lo cual emprendió en compañía de un amigo, el poeta Macro, un viaje a Oriente y a Grecia. Se detuvo temporalmente en Sicilia, y tras una larga temporada en Atenas regresó a Roma para iniciar, por obediencia a su padre, la carrera política. 

Dos circunstancias ennegrecieron la vida del joven Ovidio: la muerte de su hermano con solo 19 años, del que Ovidio elogió su arraigada vocación oratoria, y la intransigencia de su padre en su empeño por exigir del poeta una total entrega a la política y el abandono de la poesía. Fue un hombre enamoradizo y se casó tres veces. La primera, todavía muy joven, con una mujer "inepta e inútil" y el matrimonio duró muy poco. Pese a que la segunda esposa fuera, en opinión del poeta "irreprochable", también su matrimonio duró muy poco. De esta segunda Ovidio tuvo una hija, que dio al poeta dos nietos. Casó por tercera vez con una mujer de la familia Fabia, viuda, aunque todavía joven, y con una hija de su anterior matrimonio. Con ella vivió una vida de felicidad hasta el momento de su destierro, y siempre le confesó su amor y su agradecimiento en un tono de auténtica sinceridad. 

Se inició en la carrera política y desempeñó el cargo de "triunviro capital", con el cometido de inspeccionar las cárceles y vigilar el cumplimiento de las sentencias. Pero abandonó la política justo en el momento en el que se le exigía la incorporación al ejército y su desplazamiento obligado fuera de Roma. Tras el abandono de la política, y ya definitivamente entregado a la literatura, ingresó en el círculo de Mesala Corvino. 

La tranquila placidez de una vida feliz se quebró para el poeta en otoño del año 9 d.C., a la edad de 52 años. Con ocasión de un viaje en compañía de su amigo Máximo Cotta, y cuando se encontraba en la isla de Elba, recibió la orden terminante de Augusto de exiliarse desterrado a Tomis, al país de los getas, en la costa del Mar Negro (hoy la ciudad rumana de Constaz). Una tierra con fama de inhóspita y expuesta constantemente a las incursiones de las tribus bárbaras. 

El castigo que le fue impuesto bajo la forma de una relegatio era más leve que la deportatio, que llevaba aparejada la pérdida de la ciudadanía y del patrimonio. Pero se trataba de un acto de autoritarismo por parte de Augusto, sin refrendo judicial y sin haber dado oportunidad al encausado para realizar su propia defensa. 

Todavía hoy resulta un enigma inescrutable la realidad objetiva que se esconde bajo el término "error" que Ovidio aduce como causa del destierro. El poema causante del destierro está perfectamente identificado. Se trata sin ninguna duda del Ars Amandi. 

El propio Ovidio aludió muchas veces al poema como la causa de su destierro y criticó su condena por considerarla una censura moral de una obra literaria. 

El epitafio nos plantea  el curioso enigma de por qué Ovidio olvidó, cara a la posteridad, sus obras más importantes, como las Metamorfosis y los Fastos, y pretendió ser conocido tan solo como el poeta del amor. 

Muchas han sido las interpretaciones que han intentado sugerir una clave que pudiera descubrir el misterio del "error" del que el propio Ovidio no quiso hacer mención y por lo que repitió una y otra vez: Alterius facti culpa silenda mihi (El pecado de mi otra actuación debe ser silenciado). 


¿Pero si queremos hablar del mito de Apolo y Dafne por qué nos referimos a Ovidio?

En las Metamorfosis, al tratarse de un poema que cuenta historias de dioses y de héroes, parecería lógico que fuera el sentimiento religioso el que centrara la unidad del poema. Pero el sentimiento religioso está totalmente ausente de su obra. No tiene ni la fe de Homero ni el fervor de Lucrecio. No hay un solo libro de Ovidio en que no aparezcan ejemplos. Apolo en persecución de Dafne reproduce la imagen de un pastor y una pastora habituales en los campos de Sulmona, de los que Ovidio recoge y poetiza el lenguaje. Pero los dioses y los héroes de la obra son también romanos del tiempo de Augusto. La casa de los tiempos heroicos es una casa romana. Los dioses de las Metamorfosis reflejan la imagen de los césares. El Olimpo se ve agitado por intrigas en que se mezclan  el amor, los celos, la ambición y la envidia.

Tras esta introducción, vamos a fijarnos en el famoso Soneto XIII de Garcilaso sobre el mito de Apolo y Dafne: 


A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían;

de áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros que aun bullendo estaban;
los blancos pies en tierra hincaban
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!


Se pueden proponer las siguientes actividades tras la lectura del mito completo, extraído de las Metamorfosis de Ovidio. 

  1. ¿Qué tópico literario encuentras en el primer cuarteto?
  2. Resume en 4 líneas el mito de Apolo y Dafne.
  3. ¿Por qué pertenece el poema al Renacimiento? Da, al menos, tres características que presenta.
  4. ¿Dafne entrega su amor a Apolo? ¿Cuál es la reacción de Apolo? ¿Resuelve esa reacción el problema?

METAMORFOSIS DE OVIDIO-LA SERPIENTE PITÓN

[...] Así pues, cuando la tierra cubierta de barro tras el reciente diluvio se hubo calentado bajo los benéficos rayos del astro celeste, generó numerosas especies de animales, en parte reproduciendo antiguas formas y en parte creando nuevos monstruos. Y seguramente no quiso hacerlo, pero entonces también te generó a ti, enorme Pitón, serpiente hasta entonces desconocida, que sembrabas el terror entre los pueblos recién nacidos, tanto era el espacio que cubría tu cuerpo. Fue el dios arquero (Febo), que hasta entonces no había usado sus armas sino con los gamos y las cabras, quien lo exterminó sepultándolo bajo mil flechas, con el carcaj ya casi vacío, haciendo que la sangre manara de sus negras heridas. Y para que el paso del tiempo no pudiera borrar la fama de su hazaña instituyó los Juegos Píticos, célebre competición que recibe su nombre de la vencida serpiente. Cualquier joven que venciera en ellos con sus manos, sus pies o su carro era premiado con una corona de encina; todavía no existía el laurel, y Febo se ceñía las sienes adornada de largos cabellos con las hojas de cualquier árbol.

El primer amor de Febo (Apolo) fue Dafne, hija de Peneo (Río de Tesalia), y no nació de la ciega casualidad, sino de la impetuosa ira de Cupido (Dios del Amor, hijo de Venus).


El dios de Delos (Apolo), lleno de soberbia por su reciente victoria sobre la serpiente, había visto a Cupido doblar su arco para tensar la cuerda, y le había dicho: “¿Qué haces tú, pequeño insolente, manejando armas tan poderosas? Esas son armas para que yo las lleve en mi hombros, yo que soy capaz de herir con un tiro certero a las bestias salvajes y a los enemigos, y que hace poco abatí con una lluvia de saetas al hinchado Pitón, que tanta tierra oprimía con su vientre pestilente. Tú confórmate con encender pequeños amores con tu antorcha, y no trates de adjudicarte mis triunfos.” A lo que el hijo de Venus le respondió: “Puede que tu arco atraviese todas las cosas, oh Febo, pero el mío te atravesará a ti; y en la misma medida en que los animales son inferiores a los dioses, tu gloria será inferior a la mía.” Así dijo, y surcando el aire con un batir de alas se posó, resuelto, en la umbrosa cumbre del Parnaso, y extrajo de su carcaj dos flechas de efecto contrario: una que pone en fuga el amor, y otra que lo hace nacer. La que crea el amor está hecha de oro y su punta reluce afilada, mientras que la que lo ahuyenta está despuntada y lleva plomo tras el asta. Con esta fue con la que atravesó el dios a la ninfa peneide, mientras que con la otra hirió a Apolo atravesándole los huesos hasta la médula.

Al punto se enamora ´´el y rehúye ella el nombre del amor, y deleitándose con la oscuridad de los bosques y con los despojos de los animales que captura emula a la casta Febe (Diana, diosa de los bosques y de la caza, hermana de Febo),; una sencilla venda recoge su cabello despeinado. Muchos buscan su amor; pero ella, insensible, rechaza a sus pretendientes, sin conocer marido recorre los lugares más inaccesibles del bosque, y no le preocupa saber qué son las nupcias, qué es el amor o qué el matrimonio. Muchas veces le dice su padre: “Hija, me debes un yerno”; muchas veces le repite: “Hija, me debes unos nietos.” Aborreciendo el matrimonio como si fuera un crimen, su bello rostro se ruboriza avergonzado, y rodeando el cuello de su padre con sus tiernos brazos le dice: “Permíteme gozar, padre queridísimo, de una perpetua virginidad. Así se concedió Júpiter (Zeus) a Diana.” Él la complacería sin duda: pero es tu misma belleza la que te impide obtener lo que anhelas, y tu aspecto se opone a tu deseo.

Febo está enamorado, y al ver a Dafne desea unirse a ella, y puesto que lo desea lo espera, y le fallan sus propias predicciones. Como arde el frágil rastrojo una vez recogidas las espigas, como se queman muchas veces las mieses cuando algún viajero les acerca demasiado su antorcha o la arroja al despuntar el día, así el dios se consume en las llamas, así se abrasa todo su pecho, y nutre la esperanza de un amor vano. Observa los cabellos que caen en desorden sobre el cuello y piensa: “¡Imagínate, si se los peinara!”; ve sus ojos como estrellas que brillan como el fuego, ve sus labios, y no le basta con verlos; alaba sus dedos, sus manos, sus antebrazos y sus brazos, desnudos casi por entero; lo que queda oculto, lo imagina aún mejor. Ella escapa, más veloz que la leve brisa, y no se detiene ni aun cuando él la llama con estas palabras: “¡Te lo ruego, ninfa, detente, hija de Peneo! No te persigo como enemigo: ¡detente, ninfa! Así huyen los corderos del lobo, los ciervos del león, y las palomas del águila sobre alas temblorosas: cada uno huye de su enemigo. ¡Pero es el amor lo que a mí me hace seguirte! ¡Desdichado de mí! Temo que te caigas y que las zarzas arañen tus miembros, indignos de tales heridas, y que yo sea la causa de tu dolor. Son muy abruptos los lugares por los que tanto te apresuras: te ruego que no corras tan deprisa y que detengas tu fuga. Yo mismo te seguiré más despacio. Sin embargo, párate a pensar en quién es el que te desea: yo no soy un montaraz (Que anda o está hecho a andar por los montes o se ha criado en ellos.) ni un rudo pastor que en estos lugares cuide su ganado y sus rebaños. ¡No sabes, imprudente, no sabes de quién huyes, y por eso precisamente huyes! La región de Delfos, Claros, Ténedos y el reino de Pátara (En Delfos, Claros, Ténedos y Pátara se encontraban otros tantos santuarios dedicados a Apolo. El de Delfos era el más famoso, y estaba en la Fócide, en la Grecia continental. Los demás pertenecen a Jonia: Claros y Pátara están en la costa de Asia Menor, y Ténedos en una isla frente a la misma) me honran como a su señor; Júpiter es mi padre. Yo revelo lo que ha sido, es y será; yo hago armonizar los versos y la música. Mis flechas son certeras, sin duda, pero una más certera que las mías me ha herido en el pecho, antes insensible. La medicina es un invento mío, en todo el mundo me llaman sanador, y conozco el poder de las hierbas: y, sin embargo, ¡ay de mí!, no hay hierbas que puedan curar el amor, y las artes que a todos benefician no benefician a su amo.” Él querría seguir hablando, pero la hija de Peneo corre temerosa y lo deja con las palabras en la boca. También así parecía hermosa: el viento desnudaba sus miembros, sus ropas temblaban agitadas por la brisa, y un aire suave echaba hacia atrás sus cabellos. La misma huida aumentaba su belleza.



Peor el joven dios ya no soporta perder más tiempo en halagos, e incitado por el propio amor persigue su rastro con paso más veloz. Como cuando un perro de la Galia ve una liebre en campo abierto y ambos corren, aquel tras su presa y esta tras su salvación, y parece que este está a punto de atraparla y espera alcanzarla en un momento, y roza las huellas con el hocico tendido hacia adelante, mientras que aquella ya se ve alcanzada, y escapa a los mordiscos dejando atrás la boca que ya la tocaba, así corren raudos el dios y la muchacha, llevado él por la esperanza y ella por el miedo. Pero el perseguidor, impulsado por las alas del amor, es más veloz, y no le da tregua, y ya se pega a su espalda y respira sobre los cabellos que caen sobre su cuello. Ella palidece, ya sin fuerzas, y vencida por el cansancio de la veloz fuga exclama al ver las aguas del Peneo: “¡Ayúdame, padre! ¡Si los ríos tenéis algún poder, haz que, transformándose, desaparezca esta figura por la que he sido demasiado amada!” Apenas ha terminado su ruego cuando un pesado torpor invade sus miembros, una fina corteza recubre su tierno pecho, los cabellos se convierten en hojas y los brazos en ramas; los pies, antes tan veloces, quedan clavados al suelo con perezosas raíces; el rostro desaparece en al copa; todo lo que queda de ella es su brillo (Dafne significa en griego laurel). También así Febo la ama: posando su mano sobre el tronco siente palpitar el corazón bajo la nueva corteza, abraza sus ramas como si fueran miembros vivos y besa la madera, pero la madera rehúye sus besos. Y el dios dijo: “Entonces, ya que no puedes ser mi esposa, serás mi árbol. Siempre te llevarán, oh laurel, mi cabello, mi cítara y mi carcaj. Tú estarás cerca de los generales latinos cuando con alegría se celebren sus triunfos y suban al Capitolio los largos cortejos. Allí serás también leal guardián ante las puertas de la morada de Augusto. y guardarás las coronas de encina; y al igual que mi cabeza conserva juvenil su larga cabellera, también tú llevarás siempre el perenne adorno de tus hojas.” Así puso fin a sus palabras Peán (Apolo), y el laurel asintió con las ramas recién formadas, y preció agitar su copa como si se tratase de una cabeza.



¡Nos vemos próximamente con el resto de autores del Renacimiento!

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